27 abril, 2020

La crisis sanitaria contra la que estamos luchando duramente, con consecuencias en la vida de muchas personas y en la economía de todo el mundo, ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad del ser humano y de los modelos de vida que hemos creado. La permanencia de nuestra especie está condicionada al equilibrio del ecosistema en el que vivimos. Que el mundo está desequilibrado, que con el ritmo que llevamos es imposible garantizar el futuro del planeta, son evidencias que ya sabíamos y que hace años que se denuncian. Por eso, ahora más que nunca, urge actuar.

Cuando la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 se inició en China, la mayoría de países de occidente creyeron que esta enfermedad no nos afectaría o bien lo haría muy superficialmente. Los dirigentes políticos tenían la evidencia ante los ojos, sabían lo que estaba pasando, pero hasta que no empezó a haber un número de muertes significativo en los propios estados, no emprendieron las primeras medidas, en muchos casos insuficientes. Desgraciadamente, ya sabemos las consecuencias a las que nos ha llevado todo esto.

Haciendo un paralelismo de la previsión y reacción que se ha tenido con la pandemia con la que se está teniendo ante la crisis ambiental del planeta, podríamos decir que estamos en el punto en el que o iniciamos la reacción, la prevención y la recuperación de los vectores ya degradados, o bien las consecuencias serán irreversibles y catastróficas a nivel mundial.

En este sentido, tenemos una ventaja respecto al SARS-CoV-2, el cual es un virus nuevo, desconocido y que se ha expandido de forma muy rápida. En el campo del medio ambiente hemos tenido más tiempo para prepararnos, hace años que se están estudiando modelos, pronosticando escenarios futuros y estudiando alternativas para revertir las tendencias que nos pueden llevar al colapso. Hay una comunidad científica y profesional que manifiesta, explica, y exige que se emprendan medidas eficaces. No se pueden dejar pasar más oportunidades en cumbres estériles, se debe actuar y hacerlo ya, porque aunque se nos ha concedido un tiempo de reacción más largo, este también está a punto de terminarse. Hagamos que esta crisis tan profunda que nos ha tocado vivir sirva para aprender de los errores, para cambiar los modelos económicos y sociales que tenemos y que, si los mantenemos, nos pasarán por encima como un tsunami.

Durante los días de desaceleración de la sociedad fruto del confinamiento y de la parada de muchas industrias y sectores económicos, se han podido observar mejoras en la calidad atmosférica, del agua y la disminución de la presión humana en los espacios naturales. Este hecho es positivo, porque evidencia que si se actúa el medio se recupera. Sin embargo, las mejoras obtenidas estos días son temporales, provocadas por unos hechos dramáticos que cuando desaparezcan, también desaparecerán.

Hay medidas que por pequeñas que sean pueden contribuir positivamente en mejorar nuestro entorno. Un hecho muy evidente que se ha demostrado durante estos días es la posibilidad del teletrabajo, reduciendo así una importante cantidad de desplazamientos y por tanto de emisiones a la atmósfera. Pero esto es una anécdota frente a todos los cambios que deben producirse. Se debe optar por una transformación económica que vaya de la mano de la protección del medio ambiente, la salud de las personas y la calidad de vida por encima de todo. Hay que cambiar la percepción de que economía y medio ambiente son antagónicos, ya que en realidad, para garantizar una hace falta que también se garantice el otro.

Es necesario impulsar y proteger los sectores esenciales, plantear una salida ecológica a la crisis sanitaria y económica. Hay que reinvertir en energías renovables, descarbonizar la industria y el transporte, apostar por la economía circular, la ecoinnovación y un desarrollo estratégico que nos permita seguir disponiendo ahora y en el futuro de los recursos que necesitamos para vivir.

Es por este motivo que desde el Colegio de Ambientólogos de Cataluña (COAMB) exigimos que se aproveche la oportunidad de definir un cambio de modelo social y económico profundo, que desde los sectores con poder de decisión haya valentía en aplicar políticas ambientales y que para ello se tenga en cuenta la voz de los expertos en la materia, de los profesionales. En este sentido, desde el COAMB extendemos la mano a los actores implicados para colaborar activamente en el proceso de transformación.

Esta experiencia nunca vivida por nuestras generaciones debe servir para aprender, o mejor dicho, desaprender para volver a aprender. Ahora toca ir más allá, demostrar que somos una sociedad madura para afrontar y actuar en consecuencia. Sólo depende de nosotros.